NACION Y CIUDADANIA

NACION Y CIUDADANIA


Aitzol Altuna Enzunza



Hay cierta confusión interesada sobre el término nación y el término pueblo, como si el primero fuese algo superior o más moderno que el segundo. Lo aclara muy bien Gonzalo M. Borrás (Teruel 1940), Catedrático emérito de Historia del Arte Moderno y Contemporáneo en la Universidad de Zaragoza: “Aunque algunos retrasan hasta la Revolución francesa de 1789 el término “nación”, en realidad hacen referencia a nación como “soberanía popular”, es decir, al pueblo convertido en sujeto político que crea el Estado-nación. 

Sin embargo, el uso del término “nación” aparece utilizado, según autores, como Adrian Hastings y David Millar, para referirse el siglo VI, haciendo referencia a grupos o pueblos de tipo y costumbres comunes que les distinguen de sus vecinos, siendo esta la definición más frecuente a la hora de hablar de naciones hoy en día desde el siglo XIX; por tanto hablar de pueblo o de naciones es lo mismo". Es mas, la nación es anterior a la existencia del individuo, por ello, como una abuela o una madre, no se puede elegir (Henri James).

Cada nación es un elemento singular, no hay dos iguales, por tanto, no cabe hacer una definición que abarque a todas ellas. El pueblo o nación existe y esa es su única característica común, la conciencia de todos sus individuos de pertenecer a ella, lo cual supone que no es posible imponer una nación o pueblo sin que el individuo así lo acepte. De igual manera, es imposible pertenecer a dos pueblos o a dos naciones, salvo en casos puntuales y siempre como excepción a la norma.

Es por ello que si les preguntas a los holandeses lo que determina la pertenencia a su nación, responden mayoritariamente que la lengua (84%), pero en EE.UU. para los americanos, lo que determina pertenecer a su nación, es algo tan abstracto como "american way of life" (http://www.pewglobal.org/2017/02/01/what-it-takes-to-truly-be-one-of-us/).



Preguntándoles a los españoles y franceses, consideran de su nación, sobre todo a los que hablan castellano y francés, el único idioma que consideran nacional (66% y 77% respectivamente), pero, además, deben de compartir una “cultura común” (el 44 y 45%), probablemente porque otras naciones y antiguas colonias suyas, también hablan estos idiomas. Solo una minoría condicionan la nacionalidad española o francesa a haber nacido en su territorio (el 34% y el 25%) y es menor aún el porcentaje de los españoles y franceses que creen que sus nacionales son los que tienen el pasaporte o ciudadanía de su Estado (el 9% de los españoles y el 10% de los franceses respectivamente).

Con esta definición, espontánea y popular, de sus naciones, es evidente varias cosas:

- Que tanto España como Francia definen su nación como las personas que tienen un idioma y una cultura concreta, por lo que siguen siendo Estados plurinacionales, pues hay millones de personas en ellos que no tienen esos idiomas como propios y además tienen culturas diferentes.
- Que tener un DNI o un pasaporte no implica pertenecer a una nación.




La  “nacionalidad” es la condición y carácter peculiar de una nación, según la primera aceptación de la RAE,  y en derecho, el vínculo jurídico de una persona con un Estado, lo que viene a llamarse "ciudadanía", la segunda acepción de la RAE.

En la Constitución española de 1978 se intentó satisfacer a todo el mundo pero solo se consiguió enmarañar los términos. En el texto constitucional se subordina las llamadas “nacionalidades históricas” -sin nominarlas-, a otra superior llamada “nación” española. Por ello la Real Academia Española de la lengua Castellana (sic.), creó una tercera acepción del término “nacionalidad”, basada en el texto confuso de la Constitución, pero, e importante, sólo en su diccionario para España, donde dice que “nacionalidad” es también una: "Comunidad autónoma a la que, en su Estatuto, se le reconoce una especial identidad histórica y cultural", como si todas las CCAA no cumpliesen una definición tan vaga.



Por tanto, tener la ciudadanía de un Estado, no lleva implícito pertenecer a una nación concreta, sino estar bajo las leyes de un Estado en derechos, ya que hasta los inmigrantes o los turistas, tienen también las obligaciones. La nacionalidad o ciudadanía se puede adquirir mediante la simple residencia o por matrimonio, incluso se puede regalar o conceder como a muchos deportistas, escritores o artistas, ya que no son más que "papeles", pero también se puede imponer mediante la ocupación de otro Estado, lo que se llama imperialismo, el cual no convierte por arte de magia a las naciones invadidas en otra nación, sino en "ciudadanos" de segunda. Por eso, dentro de las fronteras de todos los Estados, hay una única ciudadanía pero muchas naciones distintas.





Se pertenece a una nación de manera objetiva (idioma o idiomas nacionales, cultura o culturas nacionales, familia, nacimiento, residencia...), pero puede tener también un alto componente subjetivo (no hay unos requisitos obligatorios, como no hay unas características comunes a todas las naciones). Es el individuo quien se identifica con una nación y el que tiene que querer cambiar a otura nación de acogida, por convencimiento y sentimiento, no se puede imponer desde fuera, ni siquiera el Estado en el que resides o un Estado imperialista tiene ese poder, pues está en la mente o en la psique del individuo.

Así, si un alemán de origen y abolengo se traslada a vivir a otro Estado, como por ejemplo a la costa de española, y obtiene su nacionalidad o ciudadanía, sigue siendo “alemán" cultural y lingüísticamente, y su identificación nacional lo es con los símbolos y la política de su país (bandera, equipos deportivos, partidos políticos etc.).

Sí son los Estados quienes marcan las condiciones para optar a su ciudadanía o "nacionalidad" a un extranjero. Como en el caso de la nación, algunas de esas condiciones pueden ser objetivas (nacimiento, consanguinidad, años de residencia, contrato de trabajo, matrimonio etc.), pero siempre hay otras condiciones difíciles de medir, como el conocimiento de un idioma, u otras más cuestionables como superar exámenes con preguntas políticas y culturales (que muchos de los que son ciudadanos por nacimiento o consanguinidad no aprobarían). Además, todos los Estados siempre introducen condiciones subjetivas como que “el interesado deberá acreditar buena conducta cívica, y suficiente grado de integración en la sociedad española”, condición que también contempla la legislación del Estado francés. (https://testdenacionalidad.net/).



Por tanto, no son ciudadanos españoles ni franceses todos los que viven o trabajan en los Estados español y francés, ni siquiera todos los que han nacido en su territorio, y menos los que no hablen castellano o francés o no estén integrados en la cultura predominante del Estado. Todos estos requisitos no son una excepción, sino es lo habitual en los aproximadamente 200 Estados del mundo, por lo que nos sirve de referencia para los nabarros.

En nuestro caso, el euskeriano Arturo Campión (1854-1937) decía que: “Los vascones se nacionalizaron en forma de reino de Nabarra (sic.). Durante un tiempo, difícil de acotar, vascón y nabarro fueron términos equivalentes (…) El edificio histórico se asentaba sobre la base étnica en cuanto esta se exteriorizaba mediante el idioma, las costumbres, las instituciones y la conciencia nacional colectiva”.


Mientras fue libre nuestro Estado, tuvimos las leyes consuetudinarias o creadas por el Pueblo, que regulaban la nacionalidad nabarra, los llamados Fueros, y no por unos pocos legisladores como en España y Francia. El historiador artajonés Jimeno Jurío (1927-2002) comentaba que “La extraordinaria semejanza que se da(ba) en las instituciones públicas y privadas de los seis territorios vasco(ne)s obedece ciertamente a la unidad básica de civilización de todo el ámbito euskaro. El embrión germinal del sistema evolucionó y se consolidó en sus líneas fundamentales, cuando toda Euskal Herria –el verdadero Reino de Nabarra- estaba unificada bajo el poder de los reyes de Pamplona”.

Otro de los grandes historiadores del país, el ronkalés Bernardo Estornés Lasa (1907-1999), es el que en su libro “Lo que No nos enseñaron” explica que, según los Fueros, para ser “natural” o “nacional nabarro”: “haya de ser procreado de parte de padre o madre natural y habitante actual” 3 tit. 7 libr. I Nueva recopilación del Fuero año 1692.



Mientras liberamos nuestro Estado para poder decidir libremente entre todas las leyes objetivas y subjetivas que determinen quién tiene nuestra nacionalidad, como hacen todos los Estados libres del mundo, lo que debemos de saber es que, como dice el Catedrático emérito de Historia del Arte Moderno y Contemporáneo en la Universidad de Zaragoza Gonzalo M. Borrás al principio de este artículo: “Cada pueblo o nación existe y esa es su única característica común, la conciencia de todos sus individuos de pertenecer a ella”.

Desde la invasión del Estado baskón de Nabarra, son los Estados imperialistas español y francés los que nos imponen su ciudadanía o nacionalidad, cuyo objeto más visible -además del idioma-, es el pasaporte o el DNI. Pero pertenecemos a la nación o pueblo nabarro los que así lo sentimos, pues jamás hemos reconocido ni aceptado otro Estado que no sea el que nos dimos a nosotros mismos. En realidad, lo que les gustaría a los imperialistas, es poder imponernos su nación, pues así les sería más fácil gobernarnos, e incluso mejor sino tuvieran que usar la violencia para ello, pero sin renunciar jamás a ella (dictaduras, represión policial, leyes restrictivas en el uso de idiomas, jueces parciales etc.), lo que ocurre es que, mientras nosotros no queramos, solo pueden imponernos sus "papeles", los cuales, además, tienen fecha de caducidad.