¿QUÉ DEFINE LA NACIONALIDAD?
Aitzol Altuna Enzunza
Desde la Revolución Francesa, los gobiernos de los Estados se han dado cuenta de que es más fácil gobernar sobre una nación que sobre varias, pues tienen normalmente diferentes lenguas, costumbres y organizaciones político-administrativas, y siempre hay entre ellas alguna que prefiere constituir su propio Estado (o recuperarlo si fue conquistado) ante la presión de la nación más poderosa (metrópoli), siempre dispuesta a explotar económicamente a las demás y pasar por encima de los derechos lingüísticos y culturales de las naciones más pequeñas (imperialismo), incluso aludiendo a la excusa de una supuesta mayoría “democrática”, olvidándose que para ello todas las demás naciones deberían de aceptar libre y voluntariamente formar parte de ese Estado y de ese juego de mayorías, lo cual rara vez ocurre (Suiza). Es más, la confusión Estado-nación hace más fácil que un mal gobierno aguante en el poder sin que el Pueblo se rebele en nombre de un supuesto bien superior que sería la consolidación de esa nación (de ahí la sentencia “antes una España roja que rota”).
Pero, ¿Qué define la nacionalidad? La respuesta está en el artículo del 1 de febrero del 2017 “How do people define their national identity?”, publicado en el periódico norteamericano The Washington Post por el periodista Adam Taylor sobre un estudio de Pew Research Center, centro dedicado a investigar actitudes y tendencias globales (http://www.pewglobal.org/2017/02/01/what-it-takes-to-truly-be-one-of-us/). Pew Research Center ve claramente que el idioma es uno de los pilares fundamentales (a veces casi el único pilar) por el cual una persona identifica a los miembros de su nación: “El estudio de Pew encontró que en cada país que sus investigadores analizaban, el idioma era lo que realmente delimitaba su identidad nacional. El resultado más alto se encontró en los Países Bajos, donde más del 84 por ciento de la población cree que es vital hablar holandés si realmente quiere ser holandés. Pero en todos los países, una mayoría dijo que era muy importante hablar el idioma nacional”.
¿Pero qué ocurre cuando un Estado tiene varios idiomas, comparte un idioma con otras naciones o está compuesto en su origen por varias naciones o gentes de muy diversa procedencia? El estudio de Pew añade que, por ejemplo “(…) la mayoría de los estadounidenses no creen que donde alguien nace realmente define si puede ser estadounidenses o no. ¿Qué significa ser un americano? Por lo demás, ¿qué significa ser japonés, húngaro o australiano? En todo el mundo, la forma en que definimos nuestra identidad nacional es complicada y a menudo fluida. Sin embargo, puede que se sorprenda al descubrir cómo los diferentes países suelen tener medidas similares de quién es uno de nosotros y quién no”. Cuando el idioma no es exclusivo de esa nación o esa nación tiene más de un idioma, el otro pilar es una cultura común, cultura en un sentido amplio como la entienden los americanos (American way of life).
Frente a los pasaportes o los “papeles” que un Estado otorga a una persona para poder trabajar en el territorio que domina o ciudadanía, la mayoría de las personas se identifican como parte de un mismo colectivo o nación cuando todos hablan el mismo idioma y participan del mismo sistema cultural. Es decir, incluso en un país tan heterogéneo en la procedencia de sus habitantes como es USA, el Pueblo estadounidense tiene claro que los de su nación son los que hablan inglés pero si además comparten sus costumbres y tradiciones. Esta realidad del nacionalismo estadounidense, enlaza directamente con una de las primeras acciones del nuevo presidente de Estados Unidos Donald Trump: eliminar el castellano o español de la web de la Casa Blanca. El castellano es hablado por el 17% de los estadounidenses, pero no es un idioma oficial de ese Estado. España va más allá, pues la Moncloa no tiene una web por ejemplo en catalán (sólo los encabezados), aunque este idioma sí sea oficial en una parte importante del territorio de ese Estado y lo hablen casi 10 millones de personas (más del 20% de los habitantes de España). En Francia los idiomas que no sean el francés, ni siquiera tienen la categoría de “oficiales” ya que en el artículo 2 de su Constitución dice que el único idioma de Francia es el francés y pese a firmar la Carta Europea de Lenguas Minorizadas o regionales de 1992 ésta no se cumple.
El estudio de Pew añade que “En la mayoría de los países encuestados, ya existe algún requisito de idioma para la ciudadanía. De hecho, las pruebas de ciudadanía se han vuelto más duras en los últimos años, a medida que las preguntas culturales cada vez más oscuras han comenzado a aparecer”. Hoy en día para conseguir la nacionalidad o mejor dicho la ciudadanía española o francesa por ejemplo, hay que pasar un examen bastante exigente en cuanto al conocimiento del idioma único, las costumbres únicas, la historia única o las estructuras administrativo-políticas del país, examen que ni sus propios nacionales aprobarían mayoritariamente (http://www.20minutos.es/trivial/182/pasarias-el-test-para-obtener-la-nacionalidad-espanola/).
Sólo el 9% de los españoles y el 10% de los franceses creen que sus nacionales son los que tienen el pasaporte o ciudadanía de su Estado y también una minoría condicionan la nacionalidad española o francesa a haber nacido en su territorio (el 34% y el 25% respectivamente). Para los españoles y más aún para los franceses, son españoles y franceses (66% y 77% respectivamente) sobre todo los que hablan el único idioma que consideran nacional: el castellano y la langue d'oïl en su dialecto franciano (francien), pero si además comparten una “cultura común” (el 44 y 45% respectivamente), que en el caso español por ejemplo se relaciona con temas muy folclóricos como la canción española, el baile del sur, selecciones deportivas, una serie de comidas (paellas o la tortilla de patatas), sentido del humor y alegría desmesurada, picaresca etc., además de una supuesta y falsa historia común de destino universal (http://nafarzaleak.blogspot.com.es/2014/11/espana-no-existe-ni-ha-existido.html).
En nuestro caso, es evidente que tener pasaporte español y francés no nos convierte en “nacionales” españoles y franceses, ni siquiera desde su punto de vista. Incluso la última Constitución española acepta la existencia de diferentes “nacionalidades” en España aunque supeditadas a la “gran nación”, muy al estilo francés. Para ser españoles o franceses según ellos, deberíamos de renunciar a nuestro idioma (o idiomas si sumamos el gascón), a nuestras costumbres y a nuestro Estado con sus leyes propias o Fueros. Esto último, la renuncia a Nabarra y a los Fueros -es decir a nuestra historia y a una parte sustancial de nuestra identidad-, ya lo ha hecho el nacionalismo vasco por un ficticio Estado de Euskadi (aunque el independentismo o estatalismo propio es minoritario en sus filas) y un triste estatuto de “autonomía” o “amejoramiento” (¿existe Iparralde?). Cambiar el nombre de Euskadi por Euskal Herria desde mediados de los años 90, no aporta nada sino que aumenta la confusión.
El mantener y hablar nuestro idioma nacional, el euskera o nabarro, es sinónimo de rebeldía al imperialismo y por tanto un acto democrático, y denota una incuestionable resistencia a nuestra asimilación como Pueblo o nación. Del mismo modo, aprender nuestra historia, mantener nuestra cultura y ¡qué decir de nuestras leyes nacionales o Fueros!, constituyen un muro mental infranqueable para convertirnos o ser asimilados por españoles y franceses.
El imperialismo lo sabe e intenta impedirlo por todos los medios siempre que puede, siendo más sibilinos unas veces –leyes, jueces o reformas educativas- pero sin renunciar a formas mucho más violentas como la centralización y las diferentes matanzas que continuaron a la Revolución Francesa (4.000 muertos por no saber francés en Iparralde) o la represión tras las Guerras Carlistas en España, así como durante los diferentes tipos de totalitarismos en los que ambos Estados imperialistas siempre están inmersos.
Como el artículo publicado por The Washington Post dice: “En la época moderna, algunas lenguas se han convertido en símbolos de los movimientos independentistas, como el euskera en España (sic)”. El euskera, nuestra historia, nuestro Estado de Nabarra, nuestros Fueros o nuestra cultura en general, son muros de nuestra resistencia al totalitarismo imperialista y éste lo sabe.