¿ES POSIBLE PASAR DE UNA DICTADURA A LA DEMOCRACIA?

¿ES POSIBLE PASAR DE UNA DICTADURA A LA DEMOCRACIA?

Aitzol Altuna Enzunza



El padre de la democracia moderna, el ginebrino Rousseau decía que: “El gobierno se concentra cuando pasa del número grande al pequeño, es decir de la democracia a la aristocracia y de la aristocracia a la realeza. Tal es su inclinación natural. Si retrocediese del número pequeño al grande, podría decirse que se distendía, pero esa progresión inversa es imposible. En efecto, el gobierno jamás cambia de forma sino cuando, gastadas sus energías, queda demasiado débil para poder conservar la suya. Y si se relajara aún más, dilatándose, su fuerza vendría a ser totalmente nula y el subsistir le sería todavía más arduo”.


La democracia puede –y suele con frecuencia– degenerar en alguna forma de despotismo, pero este último, sobre todo cuando adquiere definida forma totalitaria en la cima de la modernidad (como en una dictadura), no puede, dada su naturaleza, “evolucionar” o regresar por iniciativa propia hacia la democracia, tiene que ser derrotado more revolutionis desde el exterior del sistema que conforma, para, si es caso, reconstruir la democracia sobre sus cenizas asegura Joseba Ariznabarreta en su libro "Pueblo y Poder".


El conocido escritor francés, J.F. Revel, sostenía el mismo punto de vista, aunque desde una dogmática y sesgada óptica liberal-capitalista: Los sistemas totalitarios, para desaparecer, deben sufrir su aniquilación, sea por derrota militar, sea por derrota económica y una disgregación del sistema equivalente a una derrota militar. Su única manera de cambiar es morir, la única evolución de que son capaces es su desaparición. Todas las colonias españolas y francesas lograron su libertad contra la metrópoli y mediante el alzamiento militar, al contrario que en el Reino Unido (con las consabidas excepciones).

Por eso, son vanos e hipócritas todos los intentos de transformación pacífica de los dos Estados que nos oprimen mediante enjuague o dialogada cancelación de sus supuestos déficits democráticos. Los Estados español y francés no son en modo alguno democracias deficitarias, ni regímenes que pueden incluirse en la vaporosa categoría de “autoritarios”, sino estructuras concentradas de poder en las que los diversos elementos que las constituyen se sostienen los unos a los otros, conformando una inseparable unidad de medios y fines que sólo la fuerza puede desgajar y demoler.


Es inútil, por tanto, pretender que se convenzan de las ventajas que podría reportarles una genuina democratización, porque el éxito de esta última implicaría la pérdida del poder particular que detentan en monopolio, es decir, su efectiva liquidación. Motu propio nadie da marcha atrás para acabar ubicado en una situación peor que en la que se encontraba respecto a la meta que persigue; mucho menos si la nueva situación lleva emparejada la exigencia de su desaparición. ¿Y por qué en cambio la democracia puede degenerar y deslizarse o evolucionar hacia el totalitarismo?



La razón es clara: el Estado, sea cual sea su configuración, encierra una despótica afección que los gobernados deben constantemente refrenar, pero eso exige de su parte un esfuerzo y atención vigilantes que no siempre se dan. Los gobiernos, por el contrario, están siempre al acecho; es parte esencial de su función y de su oficio. Si apenas cabían en el Antiguo Régimen, mucho menos caben hoy fases o estadios intermedios con alguna estabilidad estructural entre nuestras instituciones políticas y las de los opresores.


“El totalitarismo es como una sólida esfera elevada y sostenida mediante compleja andamiada en el vértice de la pirámide estatal. Un mínimo movimiento le haría perder el equilibrio y rodar por el pulido talud de alguna de sus caras hasta estrellarse contra el suelo” Joseba Ariznabarreta.


Nunca como hoy han existido en España y en Nabarra (no así en Francia), tal diversidad de medios de comunicación que, sin embargo, compiten entre sí por lanzar al aire un único mensaje, monótono e indiferenciado, más adormecedor y destructor del espíritu que cualquier droga: “la soberanía reside en el pueblo español”, sean periódicos españoles o los locales vasconabarros, son necesarios junto todo el andamiaje de los Estados español y francés para asegurar una continuidad sin sobresaltos, el Estado que ha derrotado hace tiempo a su pueblo originario y ha ocupado su lugar, construyendo con sus despojos una nación a su medida, "amante de las cadenas", tiene ahora que integrar en la misma a los pueblos o naciones distintos del español que todavía existen en lo que considera, tras haberlo conquistado manu militari, su territorio.